Desde
niña me vi obligada a recorrer largos caminos, sobre todo porque obvio no
existían las hermosas autopistas que ahora tenemos, aunque debo reconocer que
recuerdo un viaje que para mí fue muy especial, no que los demás no lo fueran
pero yo me aburro con facilidad y éste del que les hablo me pareció
completamente diferente porque fue en tren, desde dormir en un “camarote” hasta
caminar dominando el equilibrio para llegar al vagón “comedor” y después poder
sacar la cabeza por una de las pocas ventanas abiertas ( lo cual estaba
prohibido) y ver, sentir y oler el
camino.
Cada
vez que busco un lugar quiero descubrir algo nuevo del mismo y de inmediato me
doy cuenta que encuentro algo de mí.
Cuando
estoy lejos de lo que considero mi hogar, cuando estoy lejos de los que
considero mis quereres, es cuando me quiero más, se puede escuchar petulante
pero la soledad en lo desconocido ayuda a crecer en muchos sentidos: en lo
espiritual, en lo interpersonal en lo sensorial… y también en mi caso ayuda a
reevalorar quien está contigo a la distancia, quien vela por tu sueño aunque no
esté ahí.
Lejos
no te despegas de lo que está bien pegado y se te olvidan los dolores del
pasado…
Lejos
caminas por calles que no sabías que existían, compartes comida con gente que
no conocías… lejos preguntas por historias que tal vez en tu ciudad no harías y
hasta soy capaz de sentarme a compartir una deliciosa taza de té con un
perfecto anfitrión extranjero enamorado de los lugareños.
Lejos
a nadie le importa quién eres o que haces, te tratan igual que a todos, te
hacen un lugarcito en su Peregrinación o te invitan un chocolatito con churros.
“Dicen
que la distancia es el olvido….” Pero no, al contrario, lejos queremos regresar
para contar lo vivido, decirle a nuestros amores cuanto los necesitamos ahí…
estando lejos.
Me gusta irme lejos, estar lejos… para poder regresar y quedarme cerca otro ratito.
LÓPEZ-ARRIAGA
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